domingo, 20 de julio de 2008

RELATOS


EN TIERRA DE NADIE



Tenía la mirada perdida y aunque no sentía dolor, sí que sintió un escalofrío recorriendo cada parte de su cuerpo. Intentó mirar al frente, levantar la cabeza y sacar la fuerza de algún sitio para no desvanecerse.
De repente todo le daba vueltas, los oídos le zumbaban, el paisaje se desdibujaba a su alrededor y sus piernas iban flaqueando por momentos, al igual que el resto de su escuálido cuerpo. Confuso y desconcertado intentó mantener los ojos abiertos y buscar ayuda, pero le resultaba imposible moverse o pronunciar palabra alguna, hasta que pasado un tiempo, que en ese momento le pareció eterno, logró divisar a contra luz una bonita y sinuosa silueta de mujer a la que intentó solicitar ayuda.
-Me llamo Beto, ayúdame por favor.- Balbuceó segundos antes de caer al suelo desmayado.

La mañana se presentaba tranquila y el sol radiante reverberaba sobre el agua y las bruñidas rocas de la orilla. Beto intentó reincorporarse por tercera vez consecutiva y se vio rodeado de una inmensa y bonita playa, de un olor inconfundible a mar y salitre que le envolvía y embriagaba. No dio crédito a lo que veía e intentó restregarse sus ojos, pero sus manos impregnadas de arena y suciedad se lo impedían, aunque hizo lo propio con su harapienta y sucia camisa de lino.
Logró alzar la vista hacia el nítido cielo azul que pareció ampararle, una estampa muy agradable de no ser por aquella inoportuna situación, y volvió a dirigir la vista en todas direcciones y buscar aquella espectral pero hermosa figura que antes hubo divisado y que no encontró.
Sucio y malherido no consiguió ninguna respuesta a lo que pudo haber sucedido, ni cómo hubo acabado en aquel recóndito lugar. Por un momento no sintió su respiración, ni su pulso, ni dolor, ni pena, ni emoción alguna, ni siquiera los latidos de su corazón, y antes de que intentara arrastrar su quebradizo y débil cuerpo en vano sobre la arena de la playa volvió a desvanecerse.
Poco a poco sus ojos se abrieron ante la presencia de dos varones que hablaban entre ellos y gracias a la tenue luz de una vetusta lámpara, logró apreciar cada rincón de la estancia en donde se encontraba.
-Parece que por fin me han ayudado.- Pensó.
Y por primera vez comenzó a sentir su respiración pausada y se dejó llevar intentando relajar todos y cada uno de sus músculos con la esperanza de que se encontraba en buenas manos y le ayudarían, aunque todavía no tenía ni la más remota idea de lo que pudo haber sucedido. Se permitió un instante mirar a su alrededor. Un extremo de la amplia estancia se encontraba ocupado por un viejo escritorio macizo de madera de cerezo encerado, con un elegante dibujo tallado en relieve a los costados y que parecía estar hecho a mano, una robusta silla también de madera y junto al escritorio una extensa estantería llena de libros de diversos tamaños y colores. A su lado se encontraba una mesilla y su cuerpo descansaba sobre un jergón de paja y esparto.
Sin percatarse del despertar de Beto, los dos varones continuaron hablando posiblemente de su estado de salud y aunque el joven muchacho no fue capaz de escuchar todo lo que decían, sí que logró captar frases sueltas a uno de ellos del que seguramente debía de ser el médico, un hombre barrigudo de nariz prominente, pómulos rosados, una poblada barba blanca como la nieve y unas gafas redondas posadas sobre el puente de su gran nariz. Consiguió escuchar algo de un fuerte golpe; una caída quizá, delirios, pérdida temporal de memoria, acantilado, playa...
Todo parecía encajar, especuló la idea de haber caído al vacío por el acantilado que presentaba a pie de playa.
Una vez que la historia iba cobrando algo de sentido, bastante exhausto, se fueron cerrando sus párpados, y con él la luz mortecina de la lámpara de acetileno fue menguando.
Se sobresaltó en mitad de la noche, y con el cuerpo ya erguido observó que se encontraba intacto de heridas y hematomas y no sintió dolor alguno. Sin embargo...
¿Por qué se encontraba en ese desconocido habitáculo?... ¿Acaso la agonía que vivió el día anterior, sus delirios y el cuerpo de mujer fue todo producto de su imaginación?
El caso es que no rememoró nada de su vida, ni tan siquiera su identidad.
-Pero... todo lo que recuerdo de mí y lo único... ¡ es mi nombre!-. Titubeó.

Durante unos segundos dudó hasta de sí mismo, y aunque inquieto y desconcertado llegó a la conclusión de que estaría soñando, pues ya escuchó hacía unas horas al médico que lo visitó; el traumatismo, la caída, los delirios...
Lo más sensato es que estaría delirando, por eso no se veía herido e incluso no llegó a contemplar la estantería llena de libros que sin embargo hacía unas horas sí que vio.
Así que optó por no amedrentarse y seguir descansando ante la calma de la noche.
De pronto se encontró en un bosque repleto de hayas y helechos además de flores y plantas exóticas de lo más variopintas. Beto supuso que aquello no era posible, pero en cambio reflexionó en las cosas extrañas que le habían sucedido hasta el momento, y sin embargo nada le hubo pasado, así que se dejó llevar y se adentró en la penumbra del bosque.
Podría estar soñando o quizá fuera todo real quién sabe, aunque en esos delicados momentos no le dio la más mínima importancia. La tenue luz de la luna, toda ella casi en su plenitud, iluminaba el bosque jugueteando entre las hojas y ramas de los frondosos árboles que suavemente se movían a causa del viento, de tal manera que el joven Beto sin temor alguno continuó caminando entre la estrellada noche como si se viera atraído por alguna fuerza extraña. A lo lejos divisó un destello de luz que bien pudiera haber sido una estrella fugaz, pero no fue así, ya que aquel destello permaneció inmóvil. Paso a paso Beto se fue adentrando y conforme se acercaba escuchó el agradable murmullo del bosque que fue rompiendo el silencio. Llegó hasta el destello de luz, y descubrió que era el reflejo de la luna sobre el agua limpia y cristalina de una pequeña cascada que con musicalidad caía en un lago límpido y transparente, en cuyo fondo bailaban verdosas algas y nenúfares sobre la nítida superficie.
Pero... ¿Qué veía en sus ojos?
Su rostro debió de palidecer ante la presencia bajo la cascada de aquella joven mujer que esta vez apreció de más cerca. Llegó a ver su rostro de tez blanca y pómulos bien definidos. Era la mujer de la playa que le salvó la vida posiblemente pidiendo ayuda. Si esa imagen era real la tendría que dar las gracias por todo cuanto hizo. Por un momento la debió recordar tan familiar que incluso se asustó.
Y sus ojos... ¡qué ojos! Inmensos y de un color miel que le dejó hipnotizado. Aquel voluptuoso cuerpo y mirada sensual dejó petrificado al muchacho, que por una vez quiso y deseó que aquella imagen fuese real.
Beto cerró y abrió los ojos incrédulo repetidas veces mientras que la joven continuaba ahí ante el capricho de su mirada y la lujuria de su pensamiento. Con paso trémulo y el corazón palpitante presenció la sinuosa figura que con fogosa mirada le pareció sonreir. ¿Sería una virgen?. O tal vez... ¿Estaría en el paraíso?.
El viento hizo acto de presencia y el cabello de la joven de color castaño y ondulado comenzó a revolotearse, y su largo vestido de seda se contrajo hacia sí misma con sugerente presión contra sus pechos, su vientre, su entrepierna...
¡Dios santo! Y qué pechos, firmes y con unos pezones que parecían querer atravesar el tejido...
El joven Beto se quedó anonadado ante semejante belleza y sin pensárselo dos veces intentó acercarse ante la muchacha que mantenía su provocadora sonrisa. Justo en el preciso momento de llegar a su altura y notar incluso su cálido aliento, ésta se esfumó como si de un hada se tratara, y repentinamente el joven se vio invadido por una intensa luz que hizo que brincase del jergón donde realmente se encontraba descansando.
¡Todo fue un sueño! Y sin embargo su cuerpo seguía en aquel habitáculo más perdido e impotente que nunca.
Se irguió sudoroso, y miró azorado alrededor de la solitaria estancia. Logró incorporarse y una vez de pie se limitó a observar sobre el alféizar de la ventana el exterior donde contempló una hermosa plazoleta convertida en mercado y un tumulto de anacrónicas mujeres que se dedicaban a comprar alimentos y enseres para sus hogares.
No reconoció nada, ni la plazoleta, ni la playa, ni aquella casa donde se encontraba y en donde le acogieron. Asustado e inmóvil volvió su mirada detrás del quicio de la puerta en la que divisó una sombra y tras ella uno de los hombres que el día anterior charlaba con el que parecía ser el médico se asomó sigilosamente pensando que el muchacho seguiría durmiendo. El hombre moreno, de mediana estatura y enjuto de cara se quedó unos segundos mirando al joven.
-Buenos días hijo, ¿Cómo te encuentras?-.Le dijo ante la sorpresa del muchacho.
-Ya veo que te has despertado, menudo golpe te debiste dar, menos mal que todo ha quedado en un susto-. Continuó diciendo.
El joven Beto con cara de gaznápiro se limitó a escuchar, y pasado un espacio de tiempo en silencio, con voz trémula espetó: - ¿Quién es usted y por qué me llama hijo?
El hombre recordando las palabras del médico relató lo sucedido:
-Fue una mujer más o menos de tu edad - unos veinte años- la primera persona que te descubrió medio moribundo. Tú yacías semiinconsciente sobre la arena de la playa bajo el gran acantilado. Al ver tu delicado estado de salud, asustada corrió al pueblo en dirección a casa del médico donde solicitó ayuda. De pronto ella desapareció pero el médico con ayuda de dos hombres fue hasta la playa donde te prestaron los primeros auxilios. Pese a estar tres días en observación, ya fuera de peligro te enviaron a casa donde continuaste tu recuperación hasta ahora. El doctor ya nos avisó de que te costaría recuperar la memoria.
-Pero.....¿Y usted quién es?-. Le interrumpió todavía confuso.
-Me llamo Alfonso.....Alfonso Ciordia, y soy tu padre-. Continuó explicando.
-Entonces yo....-. Balbuceó con apenas un hilillo de voz.
-Si hijo, Alberto Ciordia, más conocido como Beto-. Finalizó orgulloso sin dejarle terminar.
Beto incrédulo y lleno de incertidumbre, se limitó a pensar en la coincidencia de las palabras de aquel hombre, quien aseguraba ser su padre, con su propio pensamiento como si le dijese lo que él quería escuchar.
La verdad que le costaba creer sus palabras pero su cara le resultaba muy familiar. Todo tenía sentido incluso cuando le comentó que una hermosa joven a la que nadie conocía fue quien le salvó la vida. Entonces el joven Beto se interesó por la chica.
-Nadie la conoce, confesó Alfonso Ciordia, aunque hay gente que la ha llegado a ver en el bosque del Bohío junto a la cascada.
¡Claro! El bosque, la cascada... ¡Exactamente lo que soñó!
-Pero ahora todo eso no importa, lo importante es que tú estés bien-. Añadió Alfonso emocionado.
Los días se fueron sucediendo y Beto no tuvo más remedio que adaptarse a su nueva vida y conoció como si por primera vez se tratase al resto de la familia.
La abuela con mucha vitalidad y siempre de muy buen humor realizaba las tareas de la casa con entusiasmo, pero lo que mejor sabía hacer y con lo que más disfrutaba era cocinar todo tipo de recetas sobre todo salsas y guisos. El ingrediente principal y más importante con el que realizaba las comidas era el amor que empeñaba para hacerlas.
El abuelo era un hombre sabio y polifacético con el que Beto confundió pensando que era el médico que lo atendió, pues de los dos varones que observó en su habitación, el de la barba blanca era su abuelo Antonio. Tenía un taller en la planta baja de la casa donde trabajaba la madera a golpe de gubia y maceta con un arte magistral . Con mucha habilidad realizaba todo tipo de relieves y esculturas que posteriormente expondría en salas de arte o vendería con gran éxito. Su último trabajo fue la restauración de la sillería de la iglesia de Santa Marina.
Beto, aunque todavía seguía incapaz de reconocer a sus parientes más próximos, intentó llevar una vida lo más normal posible. Todos los días por la mañana ayudaba a su abuela en las tareas del hogar, y por la tarde lo hacía con su abuelo en el taller donde aprendió nuevas técnicas de talla y restauración. Seguidamente se iba corriendo al bosque del Bohío a ver si veía a la que sería su amor platónico pero no obtuvo ningún resultado. Era como si se la hubiera tragado la tierra.
Al caer la noche según cenaba, iba a su cuarto y llorando desde su ventana, miraba las radiantes estrellas mientras pensaba en la joven muchacha.
Solamente soñaba con ella, quería saber cómo se llamaba, quería hablarla, mirarla, tocarla o de alguna manera sentir su cálida presencia, y quería poder llegar a ella de cualquier forma aunque tuviera que esperar una eternidad.
Era un domingo cualquiera, y como todos los domingos desde hacía tres meses, Beto y su familia iban a misa a escuchar las oraciones del padre Don Rafael, que con su tranquilizadora voz, su profesionalidad y su sabiduría, transmitía calma y serenidad a todos los presentes que acudían a rezar sus plegarias. A la salida, Beto sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y sospechó que algo extraño sucedía, pues escuchó una voz lejana que le resultó familiar y que no supo percibir de donde venía.
-¿Te sucede algo?-. Dijo Alfonso al ver al chico desencajado.
-No no, no te preocupes, solamente es el calor que me ha debido de afectar-. Respondió exhausto. –Mejor vais tirando a casa que yo enseguida iré-. Añadió, y se sentó acurrucado en un bordillo en el centro de la plaza donde se limitó a descansar durante un rato.
Ya de vuelta a casa y un poco aturdido, Beto se sintió incómodo ante la presencia de una estrafalaria anciana que no hacía más que observarle con atención, y cuando Beto llegó a su altura, ésta con voz tenebrosa le dijo; -Aquí no estás nada seguro, tienes que volver, éste no es lugar para ti... ¡estás en tierra de nadie!-.
Beto, inquieto y atemorizado aceleró el paso y corrió a lo largo de la calle hasta llegar a la plaza del mercado donde se encontraba ubicada su casa y desde lo lejos la voz de aquella antigualla mujer volvió a resurgir; -¡Tienes que ir al bosque!... ¡Allá la encontrarás!.
El joven muchacho una vez se hubo refugiado en casa y ya en su cuarto, comenzó a pensar en las palabras de aquella anciana que tanto le había inquietado. No supo explicar el por qué se dirigió a él con tanto ahínco y el sentido de aquellas palabras, pero fuera lo que fuese aquel rostro arrugado de ojos saltones parecía saber muy bien lo que decía.
De pronto alguien llamó a la puerta de la habitación, -¿Estás bien hijo?- Preguntó Alfonso preocupado.
-Sí, estoy estupendo – Ironizó Beto al otro lado de la puerta.
-La comida ya está preparada, así que no tardes- Añadió Alfonso.
-Ahora en cuanto me de un baño bajo- Finalizó, y olvidando lo que le había sucedido hacía unos minutos, fue a darse un relajante baño.
Poco a poco el blanco recipiente de la bañera se fue llenando y con el cuerpo ya desnudo se tumbó en postura decúbito supino e intentó dejar vacua su mente.
De pronto otra voz lejana, parecido a un susurro pero esta vez familiar, sacudió los oídos del joven que esta vez sí que pareció escuchar con más claridad. –Vuelve...- Logró adivinar con dificultad. Beto miró a su alrededor sobresaltado, y chapoteando el agua de la bañera y los ojos a punto de salir de sus órbitas, consiguió ponerse en pie. Se sintió asustado y confuso. Sin perder ni un minuto de tiempo decidió vestirse cuanto antes para explicar a su familia lo sucedido. Se quedó unos segundos pensativo y una vez hubo franqueado la puerta del cuarto de baño se dio cuenta de que no había nadie en la casa. Raudo fue en dirección a su habitación y se asomó por la ventana. Miró al fondo de la calle en dirección a la iglesia y consiguió divisar a su familia que con paso lento se alejaban, Beto gritó hasta la saciedad pero no pareció que le prestaran ninguna atención.
Bajó las escaleras con celeridad y con la misma prontitud con que las bajó, echó una última y breve ojeada para asegurarse que no quedaba nadie en la gélida estancia antes de salir en busca de su familia. Titubeante se preguntó por qué se habían ido y reparó en que todo estaba recogido y no habían hecho comida alguna. Una vez en la calle miró al infinito infructuosamente y apretó los puños con rabia e impotencia. Se quedó unos segundos pensativo sobre todas las extrañas cosas que le rodeaban. Aquel insólito lugar, sus extraños habitantes, la estrafalaria anciana con sus inquietantes palabras, las escalofriantes voces que tanto le intimidaban, la disparatada y repentina ausencia de sus únicos parientes que hasta el momento le habían acogido con cariño, la joven mujer... Entonces suspiró... y automáticamente recordó las últimas palabras de la anciana.
-¡Claro, eso es!- Exclamó en voz alta. –Tengo que ir al bosque y encontrar a la chica –Añadió esperanzado.
Si le salvó la vida una vez... ¿Quién mejor que ella para ayudarle? Y seguidamente rememoró los agradables momentos que compartió en sueños con aquella bella muchacha de rostro angelical, mientras se perdía por las angostas y adoquinadas callejuelas.
El viento soplaba sin cesar removiendo la cabellera del joven muchacho, las nubes robaron protagonismo al sol que hicieron oscurecer el día y Beto pensativo anduvo con paso firme por el camino que salía del pueblo en dirección al bosque. Era casi de noche cuando divisó con dificultad una borrosa figura que a lo lejos se desdibujaba entre el follaje, y sin pensarlo dos veces el joven aceleró el paso hasta llegar al lugar donde resultó no haber nada. Era todo muy extraño y Beto agotado ya de tanta confusión y de tan extrañas circunstancias no se rindió y deseó llegar hasta el final, donde tuvo la corazonada de que algo iba a suceder muy pronto. Así que siguió caminando entre árboles y todo tipo de vegetación hasta llegar a la pequeña cascada y una vez ahí, se tumbó un instante para recuperar el aliento. Beto miró a su alrededor con la esperanza de ver a la joven con la que tanto pensaba, pero sin embargo al igual que en días anteriores no llegó a encontrar ni a ella ni a nadie que le pudiera ayudar. Quiso reincorporarse y se le pasó la idea de volver al pueblo e intentar buscar a su familia o al médico que supuestamente le atendió, pero por alguna razón el joven muchacho cambió de parecer. Algo le inquietaba, la noche se echó encima y un escalofrío recorrió el cuerpo de Beto que paralizado volvió a mirar la cascada. Esta vez contempló la imagen de la mujer que apareció con una sonrisa dibujada en su cara. Era realmente preciosa y su cuerpo verdaderamente espectacular. Pero de pronto, mientras Beto se acercaba con lentitud sin apartar la mirada de los ojos de la hermosa chica, a escasos tres metros su cuerpo se detuvo expectante ante un inquietante sonido que le resultó familiar. -¡Era el ruido de un motor!- Pensó, y mientras una intensa luz se acercó hasta la joven muchacha, Beto anticipándose con un instinto animal inexplicable, corrió hacia ella y la empujó con intención de protegerla y salvar su integridad, aunque el joven no corrió la misma suerte.
Beto fue abriendo sus pesados ojos con dificultad, y con torpeza alzó su débil brazo hacia la joven mujer que se encontraba de pie correspondiéndole con la mirada. El joven ladeó levemente la cabeza y esbozó una forzada sonrisa a causa del dolor que sentía. Exhausto y con escasa movilidad se dio cuenta de que su cuerpo yacía sobre un mullido lecho. ¡Había tenido otra pesadilla!.
Confuso y desencajado, vislumbró de soslayo a su familia. –Sabía que no me abandonarían- Pensó. Cayó en la cuenta de que se encontraba en un hospital y comenzó a recordar algunas cosas del pasado.
En cuanto Beto despertó, su familia creció de felicidad y llamaron entre gritos a las enfermeras y médicos que deambulaban por los pasillos del viejo hospital. Sabían que algún día volvería, después de estar tres meses en coma y luchar a vida o muerte. Después de varios días de recuperación ya en planta y completamente consciente, Beto volvió a contemplar la imagen de aquella voluptuosa mujer que resultó ser real. Muchos fueron los momentos que el joven muchacho soñó con aquella escurridiza joven, pero esta vez estaba ahí y por fin podría agradecer todo lo que hizo por él. Entonces con un sutil tono de voz y sin saber lo que hubo pasado, Beto le agradeció su humanitaria ayuda.
-Gracias por todo- Musitó el joven
-¿Gracias por qué?- Preguntó la mujer con melosa voz.
-Por salvarme la vida- Respondió muy agradecido.
La mujer extrañada por sus palabras le interrogó con la mirada y hubo un momento de silencio e incertidumbre. Por fin la mujer optó por continuar la conversación.
-¿Te acuerdas de lo que ocurrió?- Se atrevió a preguntar ante la escasa memoria de Beto. ¿No te acuerdas de mi?- Añadió con intención de darle una explicación.
Ante la negativa de éste, la mujer le relató brevemente lo sucedido.
Por fin todo tenía una explicación, Beto y aquella mujer tenían mucho que ver en esta compleja historia, pues se conocían de hacía poco tiempo, se enamoraron y concertaron una cita en un restaurante del centro. Hubo un flechazo mutuo, sus miradas se entrelazaron y desde ese día unieron sus enamorados corazones. Al salir del restaurante y radiantes de felicidad, quedaron en verse al día siguiente en el mismo lugar y se despidieron con un beso y una mirada apasionada. La mujer de nombre Montse, esbozando una sonrisa y sin apartar sus enormes ojos de Beto, se dispuso a cruzar la desolada calle. Fue entonces cuando a gran velocidad se echó encima un coche de gran cilindrada, y ante el inminente accidente y con acertado reflejo, Beto salvó a Montse de un fuerte impacto, aunque Beto no corrió la misma suerte pues el coche arremetió contra él.
-Entonces... ¡Fui yo quien te salvó la vida!, pero...¿Y el acantilado...la playa?
-¿De qué playa o acantilado me estás hablando?- Dijo Montse asombrada por semejante memez. Por un instante los dos se miraron fijamente y antes de que Beto respondiera, rompieron a reir.
Pasaron los días, y Montse con gran alegría y después de aclarar todas las dudas del joven Beto, se desplazó diariamente al viejo hospital donde juntos los dos aprovechaban cada segundo que la vida les ofrecía para estar unidos. Y tras la pronta recuperación de éste y después de un amor que parecía imposible, comenzaron a vivir una nueva oportunidad que esta mágica vida les brindaba.
Al fin Beto comprendió que la playa, el acantilado e incluso el poblado y la casa en donde le acogieron era todo producto de su imaginación excepto su familia y Montse, o tal vez hubiera otra vida paralela a la que estamos destinados a acabar y que el ser humano desconoce, un lugar en donde un pasado lejano o un futuro remoto espere nuestra sutil alma, un lugar en tierra de nadie.


APRENDIENDO A VIVIR

Hacía un día radiante, y el sol se dejaba ver entre las rendijas de la persiana, haciéndome despertar de un profundo sueño. La verdad es que hacía tiempo que no dormía tan bien como esa noche, excepto cuando pasé unos días de vacaciones con mi familia en un precioso y discreto pueblo de Asturias, en una casa rural lejos de la civilización a la que tanto estábamos acostumbrados. Recuerdo que fuimos con el Opel Astra de mi padre, por un angosto camino, y al final, pensando que nos habíamos perdido, localizamos la casa. Era totalmente de piedra, diseñada con un gusto exquisito, enclavada en un entorno bucólico que le daba un encanto especial. Mirases donde mirases, todo se veía de colores vivos, y la hierba de un color verde intenso nos invitaba a mirar atónitos el paisaje, mientras respirábamos profundamente el aire puro y fresco del campo.

Volviendo a la vida real, poco a poco fui recuperando la consciencia, me incorporé de la cama y me di una refrescante ducha. Me dirigí a la cocina a prepararme un café cortado mientras me comía una deliciosa napolitana rellena de jamón york y queso, me vestí "piernas para qué os quiero", y salí pitando de casa, pues me acababa de acordar que tenía que ir a la estación a recoger a Marian.

El autobús tan solo se retrasó cinco minutos más de lo previsto, llegaba directo de Barcelona y solamente hizo una parada de descanso de quince minutos.

Se bajó resplandeciente, sonriente y llena de vida. Así era Marian, y sin lugar a dudas, en tan solo unos años se había convertido en toda una mujer, alta, esbelta y un ejemplo a seguir de cualquier persona. Llamaba la atención no sólo su físico, sino también su sinuosa manera de andar, elegante y con clase, su manera de mirar, de sonreír e incluso de hablar o conversar en el momento oportuno con ese saber estar que la caracteriza. A veces cuando hablaba, me quedaba embobada escuchándola, mientras gesticulaba como ella sabía hacer.

-Marian, ¡aquí! grité con mucho entusiasmo.

Marian se acercó apresuradamente y nos dimos un fuerte y enardecido abrazo.

-¡Cómo has cambiado! me contestó mientras me miraba de arriba a abajo como si no se lo terminara de creer.

-Mejor vamos a casa para que deshagas la maleta y te duches, me imagino que estarás cansada, es mejor que duermas un poco, ya que tenemos muchas cosas de las que hablar.

Durante el trayecto a casa estuvimos hablando de muchísimas cosas, de lo que habíamos vivido en nuestra adolescencia, nuestros ligues... y otras muchas experiencias que hacía años que no vivíamos. Ésta era otra etapa de nuestra nueva vida, por fin la había convencido para que se quedara un tiempo a vivir en casa.

Corren tiempos difíciles, y mi sueldo no llega a novecientos euros, cada vez me cuesta más ahorrar por no decir que me resulta imposible, y los precios cada vez suben más. Trabajo en una fábrica de conservas como otras tantas mujeres de forma muy precaria mientras que los hombres cobran más por el mismo trabajo. Eso es algo que no entiendo pero el jefe nos amenaza con despedirnos: -¡si no queréis trabajar os vais por donde habéis venido!- nos grita con aire amenazador.

El polígono industrial donde está ubicada la fábrica se encuentra a pocos kilómetros de un barrio obrero y todas las mañanas a la hora del almuerzo nos salimos afuera y convivimos con yonquis y prostitutas que ejercen a plena luz del día. Lo menos que nos puede suceder es que la gente que pasa nos confunda con alguna de ellas.

Recuerdo hace un año cuando entré a trabajar llena de entusiasmo y con ganas de empezar. Llevaba bastante tiempo en paro y necesitaba dinero cuanto antes. Pasados unos meses, mi jefe empezó a tratarme de manera diferente. Se interesaba por mi vida personal, me llamaba fuera del horario laboral por cualquier excusa estúpida…. Hasta que empezó a enviarme mensajes al móvil pidiendo que tuviéramos una cita. Sentí miedo por esa situación, y le rechacé. Continuó con su ‘ofensiva’ dándome alguna tarde libre, haciéndome regalos a escondidas que yo no podía aceptar... Sí, evidentemente estaba enamorado de mí y eso en parte me beneficiaba pero a la vez me perjudicaba, pues era motivo de comentarios y envidias por parte de las compañeras. Llegué a sentirme muy sola y deprimida, a él lo detestaba como nunca y siempre le daba largas. Hasta que no se echó una novia no dejó de acosarme. En todo ese tiempo me había creado un estado de ansiedad tal, que hizo peligrar mi empleo. Pensé en denunciarlo pero no me atreví. Aún conservo los mensajes que me enviaba tan comprometidos al móvil, pero ya quedó todo atrás por suerte, y solo es un mal recuerdo.

Marian se adaptó bien a su nuevo hogar, es de esas personas que han convivido en muchos lugares y ha vivido muchas situaciones que hacen que tenga mucha facilidad para enfrentarse a cualquier adversidad. Con dieciocho años se fue de casa inquieta por afrontar nuevos retos y alcanzar nuevas metas, así que se fue a Bilbao a probar suerte. Primero encontró un empleo en una pizzería cerca de su casa y se matriculó y diplomó en Educación Social, pasando por diversos y muy variados trabajos: camarera, dependienta...

Después de varios años en la capital vizcaína, decidió dar un giro a su vida y probar suerte en Barcelona matriculándose en una escuela de interpretación mientras trabajaba de recepcionista en un hotel. En sus años de estancia en Barcelona, aprendió lo que no había aprendido en su vida. Los estudios de interpretación le servían no sólo de aprendizaje, sino también como un enriquecimiento personal y espiritual, además de la cantidad de cursos que hizo de formación social, y de psicología. Yo siempre he envidiado a Marian, no sólo por su hiperactividad e inteligencia, sino también por sus inquietudes por viajar y vivir en la aventura, pero sobre todo por su seguridad en sí misma.

Llevamos conviviendo ya unos meses y la relación es buenísima entre nosotras. Cuando éramos unas niñas no hacíamos más que discutir por tonterías, pero las cosas cambian a medida que te vas haciendo mayor y vas madurando. A pesar de los años que hemos pasado separadas, siempre hemos mantenido nuestra amistad intacta.

Marian consiguió trabajo en un Centro de menores como educadora. Me alucina la facilidad que tiene para conseguir sus metas, todo lo que se propone lo hace, y he de reconocer que a veces le sale el tiro por la culata, pero la mayor parte de las cosas que se propone lo consigue.

Siempre me dice que hay que vivir con propósito, que las cosas se consiguen así, de lo contrario son sólo meras ensoñaciones.

Llevo ya dos años trabajando en la fábrica y las cosas no han cambiado mucho desde que mi jefe empezara a acosarme. Ya no lo hace, pero la presión es constante por haberle rechazado. Por otro lado las compañeras me dan la espalda, y me hacen un vacío que no comprendo. Seguramente que comentan cosas como: “Ana seguro que ha tenido un lío con Juan (el jefe), es una provocadora y una pelota…” y otra serie de comentarios frívolos de mal gusto.

Siempre he soñado con cambiar de trabajo, estudiar, o de alguna manera cambiar mi vida. Yo se que algún día lo haré, pero tengo miedo, así que siempre pienso que algún día será mi oportunidad.

Si ya lo decía mi madre. –Ana, lo que tienes que hacer es buscarte un hombre de bien, como Dios manda (refiriéndose a un hombre con estudios y de buena familia) y a ver si aprendes a lavar la ropa y planchar, pues no querrás que tu marido lo haga todo…

Te puedes imaginar como era la relación con mi madre, todo lo que yo hacía le parecía mal. Que si no vuelvas tarde a casa, que si lleva el pelo más arreglado, que si no lleves minifalda que pareces una chica de la calle, que si no, que si no, que si nooo!

Cada vez estoy más deprimida y ya no paso tantas horas con Marian como antes. Lo pasábamos muy bien todos los fines de semana saliendo al “Marabao”, una discoteca donde pinchan Rock n’ Roll de los setenta, ochenta y noventa. Hay mucha gente que acude a ese lugar tan original y auténtico, pues ya no se ven discotecas así. Llevo casi dos meses sin salir con ella, inventándome todo tipo de excusas tontas para poder quedarme tranquila en casa, mientras que Marian queda con compañeras de trabajo para poder salir. Yo mientras tanto, pienso, pienso y pienso, hasta que me saturo sin encontrar solución alguna y me sumerjo en la lectura o me pongo a escuchar música hasta que caigo rendida en la cama.

Un buen día, Marian cansada de verme así me dijo:

-Ana quiero decirte que tú eres mi mejor amiga y siempre nos hemos contado todo. Así que quiero que me cuentes qué te pasa.

Yo siempre le había contado problemas del trabajo pero lo que no le había contado era mi situación de acoso por parte de mi jefe, los mensajes, regalos que me hacía, el rechazo de mis compañeras, etc, así que opté por contárselo.

-Pero Ana, no tienes por qué aguantar tantas cosas malas, lo que tienes que hacer es cortar por lo sano y dejar ese trabajo.

-No es tan fácil Marian, ¿quién va a querer a una chica como yo? Además yo no valgo para nada y el alquiler de la casa no se paga solo.

-Pero Ana no digas eso. Yo te conozco y se que vales mucho, lo que pasa que no haces nada por remediarlo. Por de pronto sin darte cuenta ya has hecho demasiado que es contármelo a mi. A veces los pequeños progresos son tan importantes e incluso más que los grandes cambios, y lo que deberías hacer es que si quieres cambiar de vida, lo primero que debes hacer es vivir con propósito y no pensar tanto en si algún día harás esto o aquello. Si no te propones las cosas, jamás las conseguirás. No es justo que una chica como tú tenga que soportar tanta injusticia y sufrimiento.

Así que Marian se propuso ayudarme y yo acepté. Lo primero que hizo fue convencerme de lo valiosa que soy. Insistió en que me tenía que aceptar tal y como soy: con mis virtudes y mis defectos, con el fin de aumentar mi autoestima. Me dejé llevar por sus conocimientos ya que confiaba plenamente en ella y a parte de buena amiga es muy culta. De todas maneras yo tenía que hacer algo con mi vida y Marian tenía razón en todo lo que me explicaba a cerca de mi situación. Por fin era hora de hacer algo ¿Pero cómo?....¿Y si pierdo mi trabajo? Le dije a Marian con un nudo en la boca del estómago.

-Ana piensa un poco, lo primero para triunfar en la vida es arriesgarse a vivir y no cerrarte a nada, tienes que comenzar a sentirte en tu sitio.

Así que si la mejor manera de superar mis miedos era demostrar quien era, empecé por aplicar lo que Marian me ensañaba, de todas maneras a ella le iba muy bien en la vida y no se amedentraba por nada. Cada vez me callaba menos en el trabajo e intentaba demostrar que no era un simple número al que se le podía manipular de cualquier forma.

Iban pasando los días y la idea de marcharme de la fábrica iba cobrando más fuerza, como no tenía nada que perder, me limité a buscar empleo en el INEM o en la sección de ofertas de trabajo de los diarios. Cuando salía de trabajar, comía y me iba a mi dormitorio a meditar.

Un día sucedió algo que empezó a cambiar mi manera de ver las cosas. Tuve un accidente en el trabajo, casi me llevo la mano en mi máquina por su falta de protección. Aunque quedó todo en un susto, subí a la oficina para hablar con mi jefe a denunciar lo que sucedió, pero no conseguí nada pues hizo caso omiso.

Un buen día el teléfono sonó, y empezó a recorrerme un extraño nerviosismo por todo el cuerpo, pues era una empresa de publicidad en la que necesitaban cubrir una vacante de teleoperadora. Fue el mejor día de mi vida, era mi oportunidad y no la podía dejar escapar.

En cuanto se lo comenté a Marian se alegró muchísimo y se enorgulleció de mí. Ese mismo día le comuniqué a la empresa mi baja voluntaria y me sentí liberada y llena de entusiasmo.

Dos días después de empezar en mi nuevo trabajo, mientras leía el periódico vi un suceso estremecedor: “Cierran una fábrica de conservas por la muerte de una trabajadora”

Me enteré de que mi sustituta en la máquina en la que yo trabajaba murió por la falta de seguridad que tenía.

Fue entonces cuando comprendí y valoré que mi vida vale tanto como la de cualquier otra

persona, y agradecí la verdadera lección que me dio mi buena amiga Marian.